15 febrero 2006

Solos ante el juego (o cómo la videoconsola sustituyó al parque)


Solos ante el juego (o cómo la videoconsola sustituyó al parque)



Ordenadores, videoconsolas y televisiones por doquier. Sobredosis de actividades extraescolares. Desaparición paulatina de los tradicionales lugares de encuentro lúdico. Poco ayudan nuestras sociedades a que los niños jueguen en compañía. Pero no hacerlo mermará con seguridad sus habilidades sociales.

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Hace unos diez años, la catedrática de Psicología de la Educación en la Universidad de Sevilla, Rosario Ortega, publicó un estudio sobre hábitos de juego entre los niños españoles. Los resultados planteaban una curiosa dicotomía: la mayoría respondieron que preferían jugar en la calle, pero también que sus juguetes favoritos eran las videoconsolas y los juegos de construcción, que sin duda fomentan la actividad lúdica casera y, muchas veces, en soledad. Más recientemente, de un informe realizado por Ikea se desprendía que el 60% de los niños de este país suelen jugar solos, frente a un 35% que se rodea con más frecuencia de amigos.
No es más que el refrendo estadístico de una realidad evidente: nuestra sociedad está perdiendo el placer del juego colectivo. Según la profesora del CSEU La Salle y experta en ludoteconomía, María López Matallana, esto es debido a tres razones fundamentales: "El descenso de la natalidad, la desaparición paulatina del espacio y del tiempo de juego [debido, por ejemplo, a la sobrecarga de actividades extraescolares] y el uso, cada vez más generalizado, del ordenador como recurso lúdico y de la televisión como niñera".
En una sociedad tan sofisticada como la japonesa, los niños ultra- solitarios ya tienen nombre: son los hikikomori, chavales que se recluyen en su habitación para hincharse de videojuegos y telebasura, eliminando cualquier contacto social y llegando incluso a dejar de ir a la escuela.

PERJUICIOS

En realidad, jugar sin compañía no es siempre perjudicial. En dosis moderadas, es una práctica que favorece la independencia y autonomía del niño. De hecho, es lo que se suele hacer la mayor parte del tiempo hasta los cinco o seis años. El problema, afirma el psicólogo norteamericano Robert Caplan en un artículo, es que "a la edad de siete u ocho años, los niños que aún juegan solos pudieran estar en riesgo de ser rechazados por sus pares, así como de no aprender las destrezas sociales necesarias para obtener relaciones exitosas".
En la misma línea, una de las conclusiones de un seminario organizado por la Fundación Crecer Jugando aseguraba que "numerosos estudios confirman que el principal elemento que contribuye al desarrollo infantil es la relación que los pequeños establecen con sus compañeros de juego".
López Matallana también afirma que jugar en soledad limita el aprendizaje de las "habilidades de convivencia" [ceder, pactar, llegar a acuerdos], que sólo "se adquieren entre iguales, no en las relaciones jerárquicas entre niños y adultos".
Ante este panorama, los padres tienen la opción de conformarse con la tranquilidad de tener al niños perfectamente controlado, o esforzarse por socializar el juego de sus retoños. ¿Cómo? Responde López Matallana: "se puede invitar a niños a casa, buscar el espacio de juego como los parques o las ludotecas y, por supuesto, jugar con ellos siempre que se pueda".
Existen también tipologías de juguetes especialmente recomendadas para aprender a vivir en sociedad. La Fundación Crecer Jugando habla de tres: los que favorecen la acción y la respuesta (pelota, juegos de raqueta, de habilidad...), aquellos que potencian la necesidad de comunicación (magnetófonos, radioteléfonos, títeres...) y, por último, todos los que suponen la aplicación de reglas. Y recordad: según la Feria Internacional del Juguete, al elegir un juguete, el criterio más valorado por el 49% de los niños es "que sirva para jugar con otros niños". No será porque ellos no quieren...

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